Por Jorge Bizama Gallegos
Gerente UdeC Capacita – Docente FACEA UdeC
Durante años se instaló la idea de que el futuro pertenecía a los jóvenes. En las empresas, las startups y pymes, la palabra “senior” comenzó a sonar a pasado. Pero la historia y la evidencia están mostrando algo distinto. Hoy, mientras la inteligencia artificial se vuelve parte de nuestra rutina y automatiza tareas con una precisión impresionante, el recurso más escaso ya no es la tecnología, sino el criterio.
Un reciente estudio de Harvard University, que analizó más de 62 millones de currículums y 285 mil empresas, reveló una tendencia tan clara como reveladora: las compañías que adoptaron inteligencia artificial generativa redujeron en un 9% el empleo de profesionales junior en apenas año y medio, mientras que los cargos senior se mantuvieron o incluso crecieron. En otras palabras, la IA no está destruyendo el trabajo, sino redefiniendo quién lo hace y con qué nivel de experiencia.
Esto rompe uno de los grandes mitos del discurso tecnológico: que las máquinas desplazarían a los mayores, dejando espacio a los jóvenes. Lo que realmente está ocurriendo es lo contrario. La IA se encarga de lo predecible, de lo que no requiere contexto, y está poniendo en valor el pensamiento estratégico, la intuición y la experiencia. Está premiando la madurez profesional.
Para quienes llevamos años en el mundo laboral, esta es una oportunidad histórica. Lo que antes se veía como rigidez o antigüedad —esa mezcla de cicatrices, aprendizajes, errores y aciertos que da el tiempo— hoy se transforma en una ventaja competitiva. La IA puede procesar datos, pero no sabe leer emociones. Puede predecir patrones, pero no interpretar intenciones. Y en un mundo donde las decisiones importan más que los datos, esa diferencia es simplemente oro.
Aprovechar este momento no será automático. Los profesionales senior que deseen liderar esta nueva era deberán reaprender a dialogar con la tecnología, no competir con ella. Las empresas que integren herramientas inteligentes sin integrar también la sabiduría de su gente corren el riesgo de volverse más rápidas, pero menos sabias. En cambio, aquellas que construyan equipos mixtos, donde la experiencia humana oriente el análisis automatizado, serán las que realmente generen valor.
Este cambio también trae una reflexión educativa profunda. Durante años, formamos personas para ejecutar bien, no necesariamente para pensar mejor. Y eso hoy ya no basta. La evidencia muestra que, al automatizar tareas iniciales, la IA está reduciendo las escaleras de aprendizaje dentro de las organizaciones. Los jóvenes ya no tienen tantos espacios para aprender haciendo. Por eso necesitamos nuevos caminos: formación aplicada, mentorías activas, proyectos donde la experiencia y la innovación convivan. De lo contrario, podríamos terminar con una generación que domina las herramientas, pero no comprende su impacto.
Chile tiene una oportunidad única para adelantarse. A pesar de nuestras brechas estructurales, somos un país que exporta talento. La Región del Biobío es ejemplo de ello: universidades sólidas, industria diversa y profesionales con una profunda vocación territorial. En lugar de competir por quién tiene más algoritmos, deberíamos competir por quién forma a los mejores profesionales capaces de pensar junto a ellos.
Las universidades y centros de formación no están al margen de esta transformación. Son, de hecho, su corazón. Formar pensamiento crítico, creatividad aplicada y juicio ético no es un lujo, es la nueva infraestructura productiva del país. El desafío ya no es enseñar a usar tecnología, sino a pensar con ella. A enseñar discernimiento, ese talento silencioso que la IA todavía no logra comprender.
Las cifras lo confirman: según la OCDE, el 43% de los empleos en Chile están en riesgo de automatización, y los primeros en sentirlo serán los puestos operativos. Si no fortalecemos la educación superior, la reconversión del talento senior y las trayectorias intergeneracionales dentro de las empresas, podríamos enfrentar una paradoja dolorosa: una economía más digital, pero menos humana.
La buena noticia es que el talento está ahí. En cada empresa, en cada taller, en cada aula. Ingenieros, docentes, técnicos y profesionales con décadas de experiencia poseen algo que ninguna máquina puede replicar: contexto, historia, intuición. Su desafío ahora es traducir ese conocimiento al lenguaje de las máquinas, guiar los modelos y decidir cuándo confiar en ellos y cuándo no.
El futuro no será de quienes programen mejor, sino de quienes interpreten mejor lo que la IA propone. Y en ese sentido, el liderazgo chileno puede ser más maduro, más reflexivo y más humano de lo que la narrativa tecnológica global nos hace creer.
En tiempos donde la inteligencia se vuelve artificial, la sabiduría vuelve a ser profundamente humana. Y quizás, por primera vez en mucho tiempo, la experiencia no sea un obstáculo para el futuro, sino su mejor garantía.
 
								 
								